25/01/2012 – Arriba las enseñas (II): arqueros y ballesteros

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…I nós que ens en tornàvem amb el homes,
ens giràrem cap a la vila per vigilar als sarraïns, que n’hi havia una gran companyia a fora;
i un ballester ens tirà, i de l’altra part del capell de sol i del batut, ens donà al cap, amb el cairell, prop del front.
I, per voluntat de Déu, el cairell no traspassà el cap, però la punta de la sageta es clavà enmig del front.
I nós, per la ràbia de sentírem, donàrem tal manotada a la sageta que la trencàrem;
i ens rajava la sang cara avall i, amb el mantell de sendat que nós dúiem, ens torcàvem la sang;
i veníem rient perquè la host no se n’espantara. I entràrem en ua tenda en què nós posàvem;
i se’ns unflà tota la cara, i els ulls, de manera que, de l’ull de la part en què nós érem ferit,
no hi poguérem veure per quatre o cinc dies.
I quan la cara se’ns desinflà, cavalcàrem per tota la host, per tal que la gent no fóra tota desconhortada.

(Chronica o comentaris del gloriosissim e invictissim Rey en Jacme Primer…, 266)

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El desarrollo del arco y la ballesta constituyó uno de los factores de mayor trascendencia en la evolución del armamento medieval; sobre todo la difusión y el perfeccionamiento de un arma de fácil manejo y gran capacidad ofensiva como la ballesta que, junto con la lanza, contribuyó al replanteamiento de las defensas corporales. El alcance y potencia de la ballesta hacen de ella un elemento imprescindible en cualquier ejército o expedición, tanto para el enfrentamiento en campo abierto como para la defensa y el asalto de lugares. Surgirá así, entre otros factores, una nueva forma de concebir el ejército y la guerra, donde el desarrollo de la ballestería contribuirá a potenciar la infantería.

ballesteroEn el XIII, la ballesta era primordialmente un arma de peón, y pese a que las operaciones para su armado la hacían de tiro más lento que el arco (según Alfonso X: el arquero antes tirará tres saetas que el de la ballesta una), era estimada por la hueste por su facilidad de aprendizaje y escasa especialización, además de por su alcance (unos 150 metros efectivos, aunque con poca precisión) y capacidad de penetración. Se empleaba, fundamentalmente, en el asedio y defensa de las fortalezas, pero su gran versatilidad de uso permitía que, aunque en menor medida, también se empleara en la caballería y el combate campal. En tiempos de al-Azraq, las había de dos tipos: las de doble pie y las de estribera, según se cargaran con dos pies o uno. La verga de la ballesta era de madera y/o cuerno (ballesta çervera), y la cuerda, de seda forrada. Las saetas que se empleaban eran de diversa índole (cortas, medias y largas; de cuerpo y/o punta de metal y/o madera, emplumadas o no…) y se llevaban en un coldre o aljaba en número de 60 a 100 para los ballesteros a pie y 200 para los montados a caballo. Las ballestas de estribera se cargaban enganchando la cuerda a una gafa que el ballestero colgaba del cinto, tensándola con un pie metido en la estribera, hacia abajo, hasta trabar la cuerda en la nuez de la llave de disparo.

ballestaLa ballesta fue un arma polémica desde su implantación, considerada indigna sustituta del arco árabe por los musulmanes más puristas y un artefacto despreciable y propio de cobardes por la nobleza cristiana y la Iglesia de Roma. No en vano, en el II Concilio de Letrán celebrado el año 1139, la Iglesia prohibió el empleo del arco y la ballesta en las contiendas entre cristianos, mandato que nunca prosperó en la práctica. Es de entender que para un noble entrenado desde la infancia en el arte de la guerra, protegido con unas costosísimas armaduras, era intolerable la posibilidad de morir a manos de una ballesta plebeya, máxime cuando la distancia de tan cobarde disparo imposibilitaba cualquier mínima defensa. De hecho, mientras que un caballero capturado era normalmente respetado por sus iguales -por solidaridad de clase y para conseguir un rescate-, los arqueros y ballesteros enemigos eran masacrados como asunto de rutina, incluso –dicen– que los propios corrían el riesgo de terminar bajo los cascos de los caballos si se interponían en su camino.

ArqueroEl arco era el arma por excelencia de la cultura musulmana, pues el Islam instaba al aprendizaje y manejo entre sus fieles. A este respecto, Ibn Hudayl expresa: «Dios, ensalzado sea, acordó su preferencia al arco, por encima de cualquier otra arma. Alguna vez dijo el Profeta: Todo creyente debe aspirar a tener un arco y flechas.» Sin embargo, su utilización decaería frente a una creciente estima por las ballestas de los francos, lo que produjo –como ya hemos apuntado– cierta repulsa por parte de los puristas (Hullu Tawra, en su Libro de las maravillas y los arcanos sobre la respuesta al ataque, la victoria y los secretos, en lo que atañe a los arqueros en las avanzadas, pone en boca de Al-Mu’tamid, rey de la taifa de Sevilla, las siguientes palabras: «debéis saber que un arco bendito y victorioso, qurašî por su origen y propio de mandatarios, sólo lo veréis en manos de gentes de aristocrático origen, noble naturaleza, espíritu orgulloso y elevadas intenciones, mientras que el arco de pie nunca lo veréis sino en manos del necio ignorante, de bajas miras y pobres intenciones») Aún con el avance de la ballesta, el arco continúa siendo un arma fundamental en al-Andalus, que se adapta mejor a las necesidades de la caballería y a su táctica del karr-wa-farr, tanto por su manejabilidad como por su cadencia de tiro, en especial los arcos de tipo compuesto, llamados turquesos, que combinaban la madera (de tejo o fresno) con cuernos y tendones, ofreciendo una mayor flexibilidad y potencia –y un menor tamaño– que los fabricados sólo con madera. En los territorios de al-Azraq se emplearían, principalmente, los arcos simples de madera (arabiyya), dado su marcado carácter popular, aunque es de prever que en las celadas y escaramuzas a caballo tomaran mayor protagonismo las ballestas y los arcos turquesos por la manejabilidad que les confería su menor tamaño.

Respecto de las mesnadas feudales, decir que estas eran masas heterogéneas de arqueros y ballesteros, mercenarios, almogávares y peones a pie sin la menor uniformidad en el vestuario ni en el armamento. Los peones eran gentes de baja condición social y nula práctica en el combate, que actuaban como auxiliares, escuderos, acemileros, artesanos (herreros y carpinteros), zapadores, porteadores y un largo etcétera de oficios y funciones. Algunos vestían lorigón, escudo y casco, e iban pertrechados con lanza o ballesta y algún que otro cuchillo. Este tipo de infantería dispar se manejaba mejor en la custodia de campamentos y castillos, en el asalto de fortalezas y en todas aquellas acciones donde la caballería no podía intervenir por la naturaleza del terreno. En las lides campales, por lo general, la victoria dependía de la caballería.

Mòmia Jaume IEn lo concerniente a los territorios de al-Azraq, ya quedó esbozada en otra entrada el tipo de contienda que se producía, si acaso añadir que las celadas musulmanas se producían con gran estruendo de timbales, gritos y añafiles, y que la maniobrabilidad de la caballería mora y de los arqueros y ballesteros causaban estragos entre los cristianos (las voces e los alaridos de los moros e los roydos de los atamores e de los añafiles eran tan grandes que cielo e tierra todo se fondía). Valga recordar que el rey Jaime I sufrió una profunda herida en su ceja izquierda durante el sitio de la ciudad de Valencia, cuando una saeta disparada por un ballestero musulmán le atravesó el casco y el almófar y se le clavó en la frente (Llibre dels Feyts, 266), por lo que no es de extrañar el temor con que el monarca relata lo feyt de Rogat, la celada nocturna que, con gran estruendo y formidable despliegue de ballestas, le tendiera el wazir al-Azraq.
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Este post es una adaptación de la entrada redactada el 07/04/2009 en el blog privado Las lunas de Perputxent (diario de una leyenda)

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BIBLIOGRAFÍA

· Alvaro Soler del Campo. La evolución del armamento medieval en el reino castellano-leonés y al-Andalus (siglos XII-XIV). Servicio de publicaciones del EME (1993)

· Gonzalo Menéndez Pidal. La España del siglo XIII leída en imágenes. Real Academia de la Historia (1986)

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