03/05/2011 – TransBenicadell: cronología de un viaje anticiclónico (día 1)

Benicadell2Finalmente, la III maratón fotográfica por la Vall de Perputxent resultó un suplicio en lo meteorológico. Las altas presiones se adueñaron del clima y el sol ahogó cualquier atisbo fotográfico en cuatro de las cinco jornadas que duró nuestra andanza. Las nubes se desvanecieron a media mañana del lunes mientras remontábamos las pendientes de Benicadell, y no regresaron hasta la bien entrada tarde del jueves, cuando nuestro viaje tocaba a su fin. Fueron días soleados, calurosos, donde las mañanitas de abril más semejaban de estío.

El lunes 11 ascendimos Benicadell cargados como mulos. A mi lado caminaba Jesús Cees, amigo de la infancia y compañero de fatigas en buena parte de las incursiones por los territorios de al-Azraq acometidas durante estos dos últimos años. Las mochilas parecían alforjas de tan colmadas como iban, tan cargadas de víveres y pertrechos las llevábamos que tuvimos que tomárnoslo con calma para no sucumbir en el primer repecho. La senda zigzagueaba entre pinos que se antojan centenarios, a cuya sombra nos encomendábamos cada tanto por contemplar el paisaje y recuperar el aliento: Beniatjar, Otos, Salem… los pueblos del valle de Albaida aparecían conforme tomábamos altura. Pobla del Duc, Bellús, Llutxent, castillo de Játiva…

Aliviamos nuestras espaldas junto a la nevera de Benicadell y a su vera montamos el campamento. Ya más descargados iniciamos la ascensión al vértice geodésico, a la cumbre, y allí, encimados sobre tan magnífica mole rocosa, mencionamos los pueblos del Comtat conforme recorríamos la serpiente de asfalto que los une: Gaianes, Beniarrés, Planes, Almudaina, Benialfaquí… Los azulados perfiles de las montañas se desvanecían hacia el Mediodía, silenciando a sus espaldas los nombres de cuantos valles y alquerías conformaban los dominios del wazir al-Azraq. Recuperamos fuerzas junto al pozo, y a la sombra de la higuera de los sueños echamos una reconfortante siestecita, siempre acompañados por el trisar de las golondrinas al pasar. Regresamos al campamento cuando el sol declinaba y nos encaramamos al Alt de Gaianes por contemplar de perfil el fabuloso crestón de Benicadell. Para entonces el cielo ya se había arrasado y en adelante el atractivo fotográfico se confió por completo a la composición: a un paisaje de altura, a una vegetación atropellada, incipiente, a una orografía de precipicios, abrupta. Sin nubes, el ocaso otrora infernal de Benicadell se mostró apagado de color y ni el recurso de un filtro degradado consiguió sacarle mejor partido.

BenicadellLa noche no cambió en exceso las condiciones compositivas y las únicas notas de color que existían procedían de una exagerada contaminación lumínica sobre el cielo de la costa que engullía las estrellas en el horizonte. A falta de mayores emociones fotográficas, recogí el equipo y me abandoné a la sugestión. Tomé asiento sobre los peñascos, acomodé los auriculares en mis oídos y “el intérprete de los deseos” me vino a buscar. El intérprete de los deseos es una colección de poemas sufíes compuestos a caballo de los siglos XII y XIII por el magistral poeta murciano Ibn Arabí, poemas que han sido extraordinariamente interpretados e instrumentalizados por Omar Metioui y Eduardo Paniagua en una maravilla de la música andalusí que me acompaña en aquellas noches y lugares donde la Historia me reserva algún secreto. Los versos de Ibn Arabí me acompañaron las noches que pernocté en la fortaleza de al-Qal’a, sonaron en el castillo de Gallinera cuando Jaime I lo tenía asediado, se escucharon en la Foradà por las mismas fechas y, ahora, se recitaban en las cumbres de Benicadell para memoria y honra de los allí caídos. Recuerdo que el creciente lunar blanqueaba los riscos y que, en mis oídos, los acordes de la fídula y el rabel sonaban cadenciosos cuando la Crónica de Jaime I me transportó a otros tiempos por rememorar la batalla que, mediado el siglo XIII, se libró en aquellas cumbres. Con un poco de imaginación las murallas del castillo de Binnah Qatal aparecieron trabadas entre los riscos al tiempo que las huestes del rey y los hombres del wazir al-Azraq tomaban posiciones. Quizá fuese allí -pensé-, sobre aquella misma piedra donde me encontraba, donde cayó Abenbassol, el lugarteniente de al-Azraq cuya valentía refiere el capítulo 371 del Llibre dels Fets: I allà morí Abenbassol, que era el millor sarraí que al-Azrac tenía, i el més poderós, i fins i tot millor que no ell en valor. La osadía me empujó a creer que así era y, al verme junto a su cuerpo malherido, me embargó un profundo sentimiento de admiración hacia aquella gente antepasada nuestra.

Perfiles de Benicadell oriental

No es que de repente haya enloquecido, creo, pero estos ejercicios de imaginación “documentada” vienen muy bien a la hora de vislumbrar las acciones que más tarde se tendrán que novelar, que es de lo que se trata. Difícilmente transmitirá un texto que no tenga tensión y muchas veces, para escribir, primero hay que vivir, que experimentar, que sentir. Algunos géneros permiten hacerlo mientras se escribe, o sentados en un sillón, pero el miedo y la guerra es mejor experimentarlos sobre el terreno. La verosimilitud de una escena depende en gran medida de algunos matices que no se encuentran en los libros, ni en los documentales, ni, por supuesto, debajo del sofá por mucho que éste se encuentre repleto de revistas. Sin emoción no hay historia; no hay historia sin emoción.

Nevera de Benicadell

Inesperadamente, mientras me hacía un hueco en la tienda de campaña, unas pocas nubes aparecieron dispersas hacia el Sur, sobre la nevera de Benicadell, y pensé que el espíritu de Ibn Bassul intercedía en lo meteorológico por brindarme la única instantánea que valió la pena aquella jornada. Sí, aquel día la tarjeta de la cámara estaba vacía; sin embargo, mi mochila rebosaba de experiencias. 

RUTA

Ruta lunes 11 de abril

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