08/01/2014 – Balbuceos (05): Incursión en la fortaleza de al-Qal’a

Post publicado en el blog privado Las noches de Perputxent (diario de una leyenda) el 25/05/2009. Todo cuanto en él se expresa corresponde a los primeros balbuceos del proyecto literario La Montaña Azul y, por tanto, no tiene por qué corresponderse con el resultado final del mismo.

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El castillo de al-Qal’a está situado en la vertiente norte de la sierra de la Foradà, dominando los accesos a la vall de Gallinera desde el interior. Como la mayoría de las fortificaciones andalusíes de la zona, se levantó en altura, ajustado a unas singularidades orográficas que condicionarían su construcción en tres niveles claramente diferenciados, aunque comunicados, comprendidos entre los 720 y 850 metros de altitud.

Panoramica la Foradada

Sus torres y murallas están, por lo general, construidas con la técnica del tapial, encontrando obra de mampostería en opus incertum en los cimientos de numerosos muros. El conjunto destaca por su gran extensión y, sobre todo, por su complejidad estructural, resultado del afán por aprovechar las posibilidades defensivas naturales que ofrece tan escarpado relieve. Las torres y puestos de vigía se levantan en los lugares más inverosímiles, y las murallas, casi siempre almenadas, encierran amplios albacares donde se distinguen construcciones de muy variada factura y geometría (aljibes, graneros, un horno y numerosas estancias) que sugieren la posibilidad de que el castillo albergara en su interior un pequeño poblado o, también, que al-Azraq trasladara allí su residencia durante los años que duró su levantamiento. La primera hipótesis podría sostenerse en virtud de la donación que en 1288 hizo Alfonso III del «castrum et villam» de Alcalà de Gallinera en favor de B. de Villafranca; la segunda, atendiendo a lo expresado en el capítulo 376 de la Crónica de Jaime I: (…) I l’endemà, oïda la missa, ens n’anàrem a Alcalà; i ell (al-Azraq) no ens hi gosà esperar i es traslladà a Gallinera. I nós anàrem a Alcalà, pues allí tenía el seu alberg major (…) De ser así, además de las funciones propiamente defensivas, el castillo de al-Qal’a habría desempeñado funciones de tipo residencial a modo de castillo feudal.

Al-Qal'a

En la parte superior del castillo encontramos la fuente y la balsa donde, según algunos historiadores, se firmó el pacto del Pouet, circunstancia que considero muy poco probable por dos motivos: 1) porque no me convence la analogía entre dicha fuente y el término apud puteulum (junto a un pequeño pozo) que reza en el documento donde se firmó el pacto, y 2) por la propia ubicación de la fuente, que obligaría a los firmantes del documento a desplazarse, innecesariamente, hasta la parte más elevada del castillo. A este respecto, reseñar la posibilidad de que existiese un acceso desde la vall de Alcalà de ser cierto que era allí donde al-Azraq tenía su residencia; de este modo, la fuente se encontraría a la entrada del castillo aunque igualmente a una distancia y altitud intempestivas para la firma de un documento. Respecto de las aguas de esta fuente, resulta muy probable que éstas se aprovecharan para el riego de los diferentes bancales existentes en las inmediaciones, donde se cultivarían cereales, hortalizas y árboles frutales destinados al autoconsumo. Es de prever que los excedentes de agua se canalizaran hacia los diferentes aljibes existentes en el castillo.

En lo concerniente a los orígenes del castillo, los restos arqueológicos estudiados apuntan la posibilidad de que se construyera durante el siglo XI, coincidiendo con los últimos años del Califato o los primeros de la época post-califal, y que sufrió diversas ampliaciones posteriores, algunas de ellas durante el siglo XIII. Asimismo, se sabe que durante los primeros días de junio de 1258 pasó a manos de Jaime I a raíz del acuerdo alcanzado con al-Azraq, como constata el capítulo 376 de la Crónica: (…) I no volem parlar de totes les accions que férem, perquè el llibre s’allargaria massa; però el huité dia recobràrem Alcalà, Gallinera i setze castells que ens havia pres, i pactà amb nós que eixiria de la nostra terra per sempre, per a no tornar-hi mai més. I donàrem Polop a un nebot seu, que el tinguera durant la seua vida, i això per tancar el pacte entre nós i ell.

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Portal de al-Qal'a Actualmente, el castillo de al-Qal’a aparece parcialmente remozado. Concluidas las obras de restauración, los andamios han quedado anclados a los escarpes, facilitando el acceso a los distintos niveles constructivos. La obra nueva emplea unos materiales y acabados diferentes a los originales con el propósito de diferenciarlos. Este modo de proceder impacta a primera vista, pero al cabo de un tiempo uno acaba por acostumbrarse y termina aceptando la finalidad que se persigue. Con esta medida se "reconstruyen" parte de las construcciones arruinadas y, lo más importante, se paraliza el constante deterioro de sus estructuras.

Desde el castillo se divisan buena parte de las aldeas que actualmente constituyen la vall de Gallinera (Benissili, Alpatró, Llombai, La Carroja, Benissivà, Benialí, Benitaia…), el castillo de Ghallinayra, los fortines de Alpatró y de la Foradà (Mathquba), y, sobre la sierra de la Albureca, el macizo de Benicadell, el castillo de Binnah Qatal y la atalaya de Almarayén. Hacia Levante, el horizonte se pierde en la inmensidad del mar; a buen seguro que la contemplación de la costa dianense reconfortaba los ánimos del Moro y robustecía sus lazos con la tierra que le había visto crecer. Sí, aquella era su tierra, la tierra de Abu Abd Allah ibn Muhammad ibn Hudhayl, la tierra de al-Azraq, el Azul: el color que ondeaban sus estandartes, el mismo color que tenía el cielo en las cálidas tardes de verano, cuando, siendo un niño, se asomaba al balcón de Gallinera para ver cómo éste se fundía, en un largo abrazo, con el mar…

Panoramica nocturna vall de Gallinera ____________

Durante los días que viví entre sus muros imaginé que corrían otros tiempos, tiempos de paz, de sentidos calmos y tranquilos, días en que los ojos dormitan con el deambular de los rebaños, con el trajín de las acémilas, con el azulino pendón caído sobre su asta: cansado, perdido, raído; instantes donde el oído se aburre de atender el reclamo del cuco en su paradero, los acordes nocturnos de la fídula y el laúd, la llamada del muecín en el crepúsculo; momentos y días en que el olfato se empalaga de ovejas en el aprisco, de tomillo y romero, de jengibre, pimienta y clavo. Y tiempos de guerra, de centinelas apostados en sus atalayas, de pendones henchidos por el viento, de adargas, almófares y cuchillos; días de sangre y humo, de saetas y relinchos, de timbales, añafiles, celadas y alaridos; noches de insomnio, de hogueras, leyendas y suspiros: lunas de lobos, amaneceres de cautivos.

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