Ansiaba tomar una panorámica de La Montaña y pensé que la Serrella me brindaría una buena perspectiva a eso del atardecer. Seguramente, la cima de Aitana hubiera ofrecido mejores vistas, pero me dejé llevar por el afecto y elegí a la Serrella: por algo será…
En esta ocasión me acompañaron dos buenos amigos a quienes la ruta cogía de nuevas. Al poco de llegar, los canchales nos dieron la bienvenida y a ellos nos encomendamos en nuestra ascensión al collado de Borrell y el Pla de la Casa, nuestro destino.
El ocaso nos sorprendió junto al nevero y ya desde allí afrontamos la senda de roca que nos auparía hasta la cima absoluta, a 1.379 metros de altitud. El Sol languidecía en el horizonte y La Montaña, cobriza, contorneaba su silueta en la lejanía: Mariola y Montacabrer asomaban por la izquierda; la Mallada del Llop, l’Aixortà y el Mediterráneo, por la derecha; y al frente, los valles que amó el wazir al-Azraq: Perputxent y Gallinera, Alcalà y Ebo, Laguar y Seta.
Los azules perfiles de las montañas se recortaban en el crespúsculo y, como antaño, el macizo rocoso de Benicadell imponía su corpulencia y marcaba la divisoria. Sí, La Montaña concluye junto a la muralla de Benicadell, allá donde la tarde se enciende.
Lentamente, el crepúsculo declinó en su colorido y, a nuestros pies, los lugares de Benimassot y Tollos emergieron de la penumbra.
Pronto, las estrellas aparecieron exponenciales: 1, 10, 100, 1.000, 10.000… hasta que la Vía Láctea se dibujó majestuosa, surcando el cielo.
Pero aquella noche el firmamento no quiso concedernos una tregua y, al poco de oscurecer, la Luna apuntó sobre el Mediterráneo. Venía gibosa, menguante, y allí, encimado sobre los restos del supuesto castillo de Jurulash la esperé con la cámara preparada. Sabía de las escasas posibilidades compositivas que ofrecía aquel montón de piedras, pero ay amigo, la estética deja de importar cuando se traspasa el umbral del sentimiento…
Poco se sabe del hisn Jurulash (castillo de Cheroles) que menciona el Pacte del Pouet, tan sólo que pertenecía al antiguo término de Seta, concretamente al lloc de Tollos, entre Serrella i Fontavara, según reza un documento de 1258. Las escasas referencias documentales acerca de este castillo musulmán son del tercer cuarto del siglo XIII y en todas ellas aparece ligado al castillo de Seta. Me consta que algún historiador ha buscado sus ruinas en la sierra de Alfaro, entre Tollos y el despoblado de La Queriola, aunque sin éxito.
Lo que resta en las inmediaciones de la cima del Pla de la Casa son los arranques de los muros de mampostería de una torre cuadrangular de unos 7 metros de longitud por 4 de anchura exterior, y de miles de mampuestos desperdigados por todas partes. La construcción y el entorno abrupto e inaccesible casan bien con el concepto andalusí de castillo enriscado, de modo que no debemos extrañarnos de que la construcción reciba esta denominación en la documentación medieval. Asimismo, todos los restos cerámicos encontrados en las inmediaciones son de época andalusí (ss.XI-XIII), lo que hace suponer que el lugar fue abandonado poco después de la conquista, aspecto que refuerza que la última mención al castillo de Cheroles en la documentación feudal sea de 1270.
No es de extrañar que el castillo fuera abandonado, porque el enclave es hermoso pero realmente inhóspito. Sin duda: un lugar para volver.
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