La Crónica del Rey Jaime I, más conocida como “El Llibre dels Fets”, es una narración supuestamente dictada por el propio monarca donde se recogen los acontecimientos de su vida, desde su nacimiento en 1208 hasta su muerte en 1276. Se trata, pues, de un documento de extraordinario valor dado que en él se detallan de primera mano las campañas militares que el monarca llevó a cabo para la conquista de Mallorca y Valencia y la pacificación de Murcia, así como, aunque en menor medida, otros episodios relativos a su vida personal y a la forma de vida de la época.
Uno de los aspectos más interesantes de la obra en lo concerniente a lo que aquí nos ocupa es la información que aporta acerca de las revueltas protagonizadas por al-Azraq. Es más que probable que el wazir hubiese caído en el olvido de no ser porque Jaime I lo menciona en numerosos capítulos de su Crónica, y ello pese a que sus referencias se hacen siempre con la intención de destacar sus malas artes. Pero es justamente esa animadversión hacia al-Azraq la que engrandece su figura. De las lindezas que le dedica el monarca (entre otras, lo acusa de traición, de faltar a su palabra y de haberlo querido matar), se deduce el protagonismo que tuvo el Moro en su época y los quebraderos de cabeza que supusieron sus malas relaciones. No se explica de otro modo que la Crónica dedique tanta atención a los episodios que abocaron a la derrota del wazir y su posterior destierro. No cabe duda: si leemos la Crónica con atención, podemos obtener un perfil bastante aproximado de la figura de al-Azraq.
El capítulo 361 (De cómo el Rey conoció que al-Azraq se había apoderado de algunos castillos valencianos) descubre el motivo que desencadenó la guerra: la toma de los castillos de Gallinera, Serra y Pego por parte de los musulmanes. El rey acusa a al-Azraq de romper el Pacto de Alcalá, firmado el 15 de abril de 1245, por el cual el castillo de Gallinera y otros tres en poder de los musulmanes (Margarida, Churolas y Castell) se librarían a los cristianos tres años después de la firma del Pacto, esto es, en abril de 1248. Pero el hecho de que el castillo de Gallinera estuviese en manos cristianas antes de la fecha de su liberación supone una ruptura previa del pacto por parte cristiana y, por tanto, las acusaciones de traición que vierte el monarca en su Crónica podrían ser infundadas y, en su caso, debería aplicarlas a sus propios hombres. De todos modos, y pese a que resulta muy probable que fuesen los cristianos quienes incumplieran el Pacto, existe también una alta probabilidad de que al-Azraq favoreciera esta ruptura dado que la rapidez y facilidad con la que sus hombres tomaron otras fortalezas predispone a pensar en un complot por parte de éste. Por tanto, esta información –sesgada– llegada a través del Llibre dels Fets y cumplimentada con el texto del Pacto de Alcalá induce a pensar en una conspiración premeditada por parte del Moro con el fin de procurarse una coartada.
El capítulo 362 (De cómo el Rey se enteró que el alcaide de Játiva era partidario de al-Azraq) revela que el levantamiento que encabezó al-Azraq tenía sus adeptos fuera de sus propios territorios y propició posteriores alzamientos en territorios ajenos. Esto nos presenta a al-Azraq como un ídolo para la comunidad musulmana dentro y fuera de sus dominios.
En el capítulo 363 (De cómo el Rey se enteró que al-Azraq se había apoderado del castillo de Penáguila), el propio monarca reconoce los quebraderos de cabeza que le ocasionaba al-Azraq, que lo desvelan en busca de venganza. La revuelta se extendía rápidamente por los territorios fronterizos a los dominios del moro.
En los capítulos 364-369 se relatan las acciones que emprendió el Rey con el fin de expulsar a todos los musulmanes del Reino de Valencia. Sin embargo, la medida provocó que las revueltas se extendieran a otros lugares y, finalmente, pagaron justo por pecadores y los expulsados fueron, precisamente, aquellos que no participaron de las revueltas.
En los capítulos 370-371 se relatan los hechos que acontecieron en la batalla por el control del castillo de Benicadell. Aquí, al-Azraq aparece ya como el cabecilla que acaudilló la revuelta (I aquells que s’hi quedaren a la nostra terra elegiren per cap al-Azraq). De la lectura de estos capítulos se desprende que las revueltas se habían generalizado, que los musulmanes habían tomado numerosos castillos y que el wazir contaba con la ayuda de Castilla. Asimismo, pone de manifiesto la importancia del enclave de Benicadell y enaltece la figura de Abenbassol (¿Abu ibn Basol?), lugarteniente de al-Azraq fallecido durante la batalla.
El capítulo 372 (De cómo el Rey de Castilla ayudó a al-Azraq contra el Rey don Jaime) destaca las excelentes relaciones que el wazir mantuvo con Alfonso X el Sabio, con quien llegó a establecer una alianza e incluso puede que incluso le rindiera vasallaje; a cambio, el monarca castellano intercedía con su suegro, Jaime I, para que le concediera treguas al Moro. Asimismo, en el capítulo 375 se refieren los hechos de lo feyt de Rogat donde el monarca a punto estuvo de perder la vida a manos de los hombres de al-Azraq.
Finalmente, los capitulos 373-377 refieren la traición que sufrió el wazir por parte de uno de sus consejeros y cómo ésta propició la rendición de al-Azraq y su consiguiente destierro.
Regresando al Llibre dels Fets, encontramos en él numerosas referencias a las técnicas de combate y asedio empleadas en la época, muchas de las cuales no pudieron ponerse en práctica en los territorios de al-Azraq dado que sus particularidades orográficas desaconsejaban el empleo de la caballería pesada. Asimismo, los castillos de al-Azraq eran castillos roqueros donde resultaba materialmente imposible el empleo de los diferentes aparejos existentes para lanzar piedras contra los asediados (almajanec, fonèvol, manganell, trabuquet); para capitular estos castillos sólo había dos métodos: el pacto o un asedio que podía prolongarse por mucho tiempo. No, el particular relieve de los dominios del wazir favorecía el empleo de la caballería ligera, las ballestas y las emboscadas, artes de guerra que los musulmanes dominaban bien, más aún en un terreno que conocían a la perfección.
Destacan también ciertas costumbres de la época, como la extrema religiosidad que mostraban en su habla, con numerosas referencias a la providencia y voluntad divina, cuya abundancia llega a sorprender e incluso aburrir. Asimismo, sobresale la importancia de los Consejos -por ambas partes-, sin cuya participación no se emprendía ninguna acción ni se tomaba una sola decisión importante.
Por otra parte, pese a que el Llibre del Fets se presenta como una formidable oportunidad para conocer el conflicto que mantuvieron el Cristianismo y el Islam, mucha de la información que aporta debe tomarse con precaución y leerse entre líneas dado que el libro sólo refleja la versión de una de las partes y, como es de entender, en demasiadas ocasiones se ensalza lo propio y se denuesta lo ajeno.
Respecto de la figura del rey Jaime I, la impresión que me queda después de retirar el halo de santidad, solemnidad y grandeza con que le han vestido durante estos últimos siglos es la de una personalidad grandiosa y miserable a partes iguales. La Cristiandad lo ha convertido en un modelo de conducta, el látigo que laceró a los infieles; sin embargo, a menudo Jaime I se muestra fanático, soberbio, oportunista, cruel y déspota. No es de extrañar, pues, que los musulmanes lo refiriesen como el "tirano de Barcelona"..
.