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El 6 de enero de 1248, en la catedral de Valencia, Jaime I hacía público el decreto para la expulsión de todos los musulmanes del reino. Apenas unos días después se enviaban cartas a todas las comunidades musulmanas comunicando que sus miembros debían abandonar sus casas, sus tierras, sus antepasados, sus recuerdos, todo, y caminar la polvorienta senda del destierro.
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Todo parece indicar que los castillos tomados a los cristianos tras la ruptura del Pacte del Pouet sirvieron de excusa para justificar tan drástica resolución, una decisión que supuso la anulación de todos los acuerdos de capitulación alcanzados en otros lugares del reino. Sin embargo, resulta más que probable que el Pacte del Pouet lo quebrantasen los feudales en virtud de lo acontecido alrededor del castillo de Gallinera en otoño de 1247 (ocupación andalusí del mismo), pues Gallinera debía permanecer en poder de al-Azraq hasta abril de 1248 según lo acordado. De ser así, podría concluirse que el Tirano había forzado la ruptura del pacto con la finalidad de procurarse una coartada y liberarse así de todos sus compromisos. No era la primera vez que lo hacía.
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Es de entender, por tanto, que tan arbitraria expulsión moviera a la desesperación de aquellos a los que afectaba. Así, fracasadas todas las delegaciones que los musulmanes enviaron por tratar de evitar el destierro, el drama se materializó una mañana del mes de febrero, en las inmediaciones del castillo de Montesa, cerca de Játiva, donde según cuenta la Crónica de Jaime I unas 100.000 personas fueron escoltadas hasta Villena, camino del reino de Murcia y Granada. La mayoría de los expulsados eran mujeres, ancianos y niños según se desprende de las palabras del rey en su Crónica (…i els que no combatien ni podien prendre castells eixiren de la terra…), en cualquier caso gente inocente que nada tenía que ver con la revuelta que al-Azraq lideraba en La Montaña. ¿Qué puede decirse de la sensibilidad mostrada por tamaña expulsión de mujeres, ancianos y niños en pleno invierno, en un viaje que en el mejor de los casos podía durar un par de semanas?
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No, no es de extrañar que, una vez consumado el drama, tan arbitraria decisión moviese también a la insurrección de quienes decidieron desoír la criminal sentencia del Tirano y quedar en la tierra guerreando: «(…) I tots es posaren a combatre els castells, allà on podien i on veien que hi havia poca guarnició, i els ajudaven els seus veïns, els qui eren prop d’ells, de manera que tan fortament els combatien, que d’ací i d’allà del regne de València ens prengueren ben bé de deu a dotze castells. I hi hagué gran lluita (…)». Sí, hubo una gran guerra: ¿cómo no iba a haberla?
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Aunque el Tirano no lo mencione directamente en su Crónica, el castillo de Llutxent estuvo entre aquella docena de fortalezas que fueron tomadas al asalto por los insurrectos. Se sabe que los feudales lo asediaron en la primavera de 1248; también se sabe que, aparte del de Llutxent, los castillos de Marinyén y de Alfandech en el vecino valle de Alfandech, y el de Rugat en el propio valle del río Albaida –como Llutxent–, cayeron en manos de los insurgentes, de modo que el valle de Bayrén y la zona de Denia quedaron aislados y desconectados del resto de territorios cristianos.
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Me gusta escribir desde la experiencia y nunca, nunca, dejo pasar la oportunidad de conocer los escenarios donde transcurre la acción en mis novelas. El castillo de Llutxent no iba a ser una excepción y allí estuve el pasado sábado 28 de julio, en plena vorágine literaria. Necesitaba conocer sus visuales, el promontorio sobre el que se levanta, sus puntos fuertes y, también, sus debilidades. No, el de Llutxent no es un castillo de roca como los de La Montaña y eso, en caso de asedio, tiene sus inconvenientes.
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De todos los castillos que en marzo de 1248 conformaban la línea defensiva que desconectaba los territorios cristianos de la costa de Denia, el de Llutxent era, de largo, el más accesible. No es de extrañar que cuando las huestes de Jaime decidieron re-conectar sus territorios pusieran cerco al castillo de Llutxent, ni que pudieran emplear ciertos ingenios mecánicos para asaltarlo. No diré más, sólo que estando allí una gran tormenta se cernió sobre el castillo y que tan grande fue el estruendo que se escuchó que bien parecía que un fundíbulo escupiese piedras.
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