El pasado martes 27 de marzo descendí el barranc de l’Infern escoltado por Carlos Sanchis, amigo y experimentado montañero, quien me abrió paso en el desfiladero a golpe de rápel. Era mi estreno en estas lides con los mosquetones, los arneses y las cuerdas, y debo reconocer que la técnica no me pareció complicada. Sí me lo pareció, y mucho, la ruta escogida, sobre todo porque me empeciné en hacerla cargado con buena parte del equipo fotográfico y el trípode de las grandes ocasiones: el de los tres kilos.
Además del susodicho trípode, en el interior de la mochila traía un traje de neopreno de 5mm y dos bidones estancos. Dentro del más grande llevaba una Canon 60D, tres objetivos [un ojo de pez (Samyang 8mm), un gran angular (Canon 10-22mm) y un zoom de focal media (Tamron 17-50mm)], un filtro polarizador, un filtro ND 1.6, un filtro degradado ND 0.4, dos cables auto-disparadores y algunos accesorios de protección y limpieza. Dentro del bidón más pequeño iba la comida y el material de seguridad y emergencia. El peso total superaría los 15 kilos. Por su parte, Carlos llevaba todo el material de escalada en el interior de otra mochila: un bidón estanco, dos cuerdas de 20 metros, dos arneses, un sinnúmero de mosquetones, una cámara compacta sumergible y demás material que ahora no sabría identificar.
A las 09:00 ya estábamos bajando al barranco. Lo hacíamos a través del PR-147 que parte desde les Juvees d’Enmig, en la Vall d’Ebo, animados por la visión del cañón en la lejanía. Las panorámicas al barranco resultaban espectaculares y, aun así, conseguí no desenfundar la cámara hasta que llegamos a la Font de Reinós: todo un logro. Allí descansamos el tiempo justo para tomar un par de fotos y de seguido regresamos al sendero y al pedregoso lecho del barranco. Al poco, el primer rápel nos aguardaba a las puertas del Infierno. Eran las 10:15 cuando nos adentrábamos en el desfiladero vestidos de neopreno y no saldríamos de allí hasta bien pasadas las 18:00. Sí, ocho horas nos llevó recorrer el millar escaso de metros que constituye la garganta del barranc de l’Infern. Según las fuentes consultadas el tramo presenta numerosas marmitas y unos 80 metros de desnivel, salvables mediante rápeles en poco más de dos horas. Nosotros, sin embargo, no estábamos allí para batir ningún récord de velocidad sino para paladear cada paso y hacer las mejores fotos posibles. Ya desde el primer rápel nuestra ruta se convirtió en un continuo quitar y ponerse la mochila, abrir y cerrar bidones, sacar y meter la cámara, cambiar objetivos, montar y estabilizar el trípode, pero también dedicamos buena parte de nuestro tiempo a contemplar el esmeraldino color del agua soleada en el interior de las pozas, a disfrutar el tortuoso encierro entre peñas, a gozar el recóndito silencio de lo oculto, a imaginar el tremebundo bramido de la barrancada, a sospechar su colosal acción erosiva.
El descenso de este barranco comporta grandes riesgos, de eso puedo dar fe. Ya durante la fase de información previa tuvimos conocimiento de ello, pues quienes bien lo conocen informan de varias muertes acaecidas en su interior así como de un sinfín de accidentes y rescates de los más variopintos. Sin ir más lejos, apenas unos días antes de nuestro descenso la televisión informaba que un grupo de montañeros había quedado atrapado en su interior por causa de una fuerte tromba de agua, requiriendo el empleo de un helicóptero para proceder a su rescate. Aquello pareció ser una imprudencia, pero basta una torcedura, un mal golpe, un resbalón, una caída, para quedar atrapados en su interior. Aun con todo, y pese a que era la primera vez que Carlos lo descendía, confié en su experiencia y la verdad es que todo salió a pedir de boca. En realidad, el hecho de que todas las marmitas estuvieran repletas de agua facilitó mucho la labor, dado que de haberlas encontrado secas habríamos tenido que emplearnos a fondo con unos pasamanos que no siempre se encontraban en buen estado.
Más que barranco, aquello merece llamarse desfiladero, tal es la angostura de su paso. Sin embargo, es precisamente esa estrechez la que le confiere todo su atractivo. Pasos de apenas dos palmos e imposibles paredes verticales hacen que te sientas minúsculo allí dentro. Si a esto le añadimos la exuberancia del agua, la belleza aumenta proporcionalmente y, también, nuestra insignificancia. No, nunca olvidaré la sensación que se experimenta cuando, enclavado en su interior como una hormiga, uno levanta la vista por escapar del encierro, y allí arriba, enganchadas sobre la vegetación a muchos metros de altura sobre su cabeza, descubre el cúmulo de cañas que la barrancada arrastró en su última crecida. Es entonces cuando uno se siente de verdad minúsculo y a merced de la Naturaleza. Al respecto de la inmensa fuerza de una crecida en el interior del barranc de l’Infern, valga la descripción de los efectos que la gota fría de 2007 produjo en la morfología del barranco (texto extraído de la web www.barranquismo.net): «Durante la devastadora crecida del 12 de octubre de 2007, provocada por unas lluvias torrenciales que en algunos puntos sobrepasaron los 400 litros en un corto espacio de tiempo, se produjeron cambios radicales en la orografía del barranco. Todas las zonas verticales y la mayor parte de las zonas horizontales fueron modificadas. Toneladas de gravas sepultaron el cauce rocoso, dejándolo en algunos puntos a más de 5 metros de profundidad y haciendo desaparecer todas las marmitas trampa. Muchos de los anclajes químicos fueron doblados y arrancados. Bloques de toneladas de peso arrastrados, la vegetación arrancada, las sendas de acceso y retorno destrozadas y hasta algunos de los muros de las terrazas de cultivo que se construyeron hace cientos de años y que habían permanecido inalterables hasta nuestros días se desmoronaron.»
No quiero ni imaginarme, o sí, el miedo que tuvieron que pasar los montañeros que quedaron atrapados en su interior el otro día, con la barrancada bramando bajo sus pies, colgados de mala manera sobre una cornisa de piedra, a oscuras, con el frío agarrado a sus cuerpos… Para nosotros, sin embargo, fue un placer disfrutar de las pozas repletas de agua, tan verdes y serenas. Sí, puedo dar fe de la extraordinaria belleza del lugar, pero quizá mis palabras se queden cortas comparadas con las valoraciones de experimentados montañeros que han descendido decenas de barrancos (texto extraído de la web www.barranquismo.net): «Durante la primavera de 2006 uno de los barranquistas españoles más reputados de todos los tiempos, el aragonés Enrique Salamero, visitó el barranco y escribió lo siguiente: “El Barranc de l’Infern es, sin lugar a dudas, el cañón más relevante del arco mediterráneo peninsular y uno de los mejores cañones secos. Es incomprensible lo poco valorado y la escasa/nula atención que se le ha dado en los ámbitos barranquistas. La morfología de todo el tramo deportivo tiene una estética envidiable y no hay cañón calcáreo que le pueda hacer sombra.” Desde mi humilde punto de vista y bajo la objetividad que me ha aportado haber descendido bastantes cañones en diversas zonas del mundo, sólo puedo ratificar estas palabras. Para mi también el Barranc de l´Infern sigue siendo el rey de los barrancos secos, gracias a su formidable roca caliza de color blanquecino, sus fantásticos pulidos y la majestuosidad de su gorga. En definitiva, ya no hablamos sólo del mejor barranco de la provincia de Alicante, ni de la Comunidad Valenciana, ni tan sólo de España, si no del mejor barranco seco de toda la franja Mediterránea.» Ahí es nada.
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Las puertas del Infierno estaban abiertas y, ávidos de emociones, nos atrevimos a pasar…
Impresionant les fotos, quina aventura. Un abraç.
Que espectacular es el sitio no?………….esta serie muestra mucho mas de como es.
Ahora tengo mas ganas de ir, jejejeje
Buenísimas fotos y seguro que mejor experiencia.
Un abrazo.
Pues lo siento, Námor, pero me temo que no seré yo quien esta vez te acompañe. Un abrazo y gracias por pasar