Pocos lugares conozco en nuestra geografía próxima con el atractivo paisajístico del estrecho de l’Encantà. Su complicado acceso lo mantiene virgen, como un paraíso, y el sonido del agua fluyendo en el congosto le confiere un onirismo difícil de igualar. Suponía que una noche a solas con l’Encantà sería memorable, y supuse bien.
El estrecho es un callejón de roca y agua donde la leyenda de la Mora aflora al poco de oscurecer. Es inevitable pensar en ella en la penumbra de la noche y, aún más, cuando el plenilunio aparece encerrado entre los peñascos, contemplándose en el reposado espejo de agua. Cada tanto, algo chapotea en el estanque y entonces uno quiere creer que son las ninfas que emergen de las profundidades por llevarle a su morada. Sí, el lugar rezuma misterio y, en el silencio de la noche, el agua de la cascada parece que habla.
El estrecho de l’Encantà es de esos lugares que inquietan, que mantienen siempre alto el nivel de alerta: en su errático volar, los murciégalos pasan rozando tu cabeza, y las más inquietantes criaturas nocturnas merodean por el paraje, tan próximas que parece que vayan a saltar sobre tu espalda. La otra noche las ramas crujían en el adelfar y en más de una ocasión contuve la respiración esperando que la Mora llegase hasta mí y me llevara.
Ciertamente, el estrecho de l’Encantà es de esos lugares que inquietan y a los que, sin embargo, uno está deseando regresar.
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