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“(…) Van cayendo las aguas al barranco que la ignorancia y credulidad llamó de la Encantada por la piedra circular de unos cinco pies de diámetro, que en forma de ventana cerrada se ve en la garganta del barranco á 20 pies sobre el nivel ordinario de las aguas. En esta fingió el vulgo la boca de cierta mina, donde los Moros escondieron sus tesoros, y dexáron encantada una doncella, que cada cien años sale para volver á entrar en el mismo dia. Fábulas indignas de hombres juiciosos, perpetuadas solamente por la superstición é ignorancia. Quanto ofrece aquel barranco es natural y efecto de las aguas, que abriéron un callejon profundo, y dexáron por ambos lados cortes casi perpendiculares de mas de 50 varas. En el de la derecha se halla la citada piedra en un sitio de tan difícil acceso, que para llegar á él es preciso ó descolgarse por una soga desde mucha altura, ó pasar de la izquierda á la derecha atravesando ántes un largo madero: operaciones ambas muy arriesgadas, por hallarse un profundo pozo de agua en aquella parte del barranco. Hubo no obstante quien pasó y grabó sobre la piedra dos cruces, y mas abaxo dos líneas, una con la voz año, otra con el número 1573 (…)" (Observaciones sobre la Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia. Antonio Josef Cavanilles, 1797, Libro Quarto) |
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El pasado jueves 14 de julio pasé el día en un lugar legendario: el estrecho de l’Encantà. El paraje lo conocía de los ya numerosos descensos practicados cuando la barrancada ruge sus aguas camino de Perputxent; en esta ocasión, sin embargo, el acceso fue aún más complicado si cabe. Descender hasta la poza por la angosta grieta abierta en la roca es siempre un reto, pero hacerlo cargado con todo el equipo fotográfico y tenerlo que transportar hasta la otra orilla a bordo de una pequeña embarcación hinchable fue un riesgo que me complace haber asumido.
Siempre que supero el reto de la grieta pienso lo mismo: que los años no pasan en vano y que aquella será la última vez que descienda a aquella mítica poza; pero siempre encuentro una excusa para regresar, para volver a enfrentarme a ella: fotografiar un momento único, filmar un vídeo, descender una nueva barrancada…
Debo reconocer que me llevé una grata sorpresa, pues nunca antes había visto un nivel tan elevado de las aguas, ni esperaba que en una época tan propensa al baño pudiera disfrutar la poza en soledad, en perfecta comunión con la Naturaleza. El viento agitaba el adelfar y al verlo danzar junto al estanque pensé que nada podía hacer si no aliarme con los elementos.
Ciertamente, el enclave posee el embrujo de los lugares vírgenes, apartados, donde la Naturaleza despliega todos sus encantos, y no me extraña en absoluto que aquel recóndito rincón esté reservado a las náyades y las ninfas, a las mujeres de agua y las encantadas.
Ahora sé que pronto regresaré, de noche, para tomar esa fotografía que hace ya demasiado tiempo me ronda por la cabeza.
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