Ayer estuve en Almaraién (también conocido por La Barcella), un fortín-atalaya de origen andalusí ubicado en las estribaciones nororientales de la sierra de Benicadell. Accedí a pie, desde la CV-705, por el camino que lleva hasta el corral de Poldo. Por doquier, la sierra rezumaba el agua de las últimas lluvias y la caminata se convirtió en una amalgama de aromas y colores que –romero en boca– quise saborear. En la distancia, además, los repiques de campanas anunciaban la festividad de san Vicente Ferrer, soniquete que me acompañaría durante un buen trecho y que avivaría recientes cavilaciones acerca de posibles distancias de transmisión de señales acústicas.
El camino discurría entre las cumbres, siempre asomado a la vall d’Albaida, ofreciendo una panorámica distinta en cada revuelta. Y así, respirando las fragancias del tomillo, la santolina y el romero, llegué hasta Almaraién. El fortín se encuentra a 760 metros de altitud, coronando un collado completamente cónico. Se trata de un recinto defensivo de planta poligonal en el que todavía se distinguen los cimientos de lo que fueron cuatro bastiones levantados en sillería seca y algún lienzo de muro construido en tapial. El enclave se encuentra naturalmente protegido en su cara sur y oeste, donde un farallón rocoso hace innecesaria cualquier tipo de construcción defensiva. Los restos cerámicos encontrados en sus inmediaciones permiten datarlo entre los siglos XII-XIII.
Las nubes amenazaban lluvia y me encaramé a una de las torres para tomar una panorámica. Por la vertiente del valle de Perputxent, significar que existe visión directa sobre las poblaciones de l’Orxa y Planes, amén de otros muchos pueblos como Almudaina y Cocentaina. Asimismo, constatar su comunicación visual con la Cova dels Nou Forats, la Foradada y, sobre la sierra de l’Albureca: ¡la fortaleza de al-Qa’la!. Hacia el Norte, la vall d’Albaida se mostraba abierta, sin secretos. Entonces llegó la tormenta y, allí, encumbrado a Almaraién, asomado a los dos valles, sentí la fuerza de los elementos y me estremecí.
Al respecto del fortín, me parece oportuno e interesantísimo reproducir un fragmento de la publicación El Comtat. Una terra de castells, editada por el Centre d’Estudis Contestans: «En el tall d’una gran cata clandestina realitzada a la zona nord de la plataforma es veu un potent nivell de cendres a uns 30 centímetres del sòl, que podria obeir a posibles focs antics accidentals de la serra o bé al posible abandó i destrucció del castell.» Durante la conquista feudal, Almaraién funcionó como un mirador estratégico donde los andalusíes controlaban los movimientos de las huestes feudales en el valle de Albaida y, en caso de peligro, alertaban a los habitantes de Perputxent mediante hogueras y señales de humo.
Por otra parte, según consta en el Archivo Histórico Nacional –pergamino 340, carpeta 518, correspondiente a la Orden Militar de Montesa–, el 8 de agosto de 1273 el rey Jaime I ordena a Juan de Monzón, alcaide de Penacadell, que averigüe la verdad sobre el lugar de Almaraién, entre los términos de Rugat y Perputxent, y en caso de pertenecer a Perputxent lo ponga a disposición de Ramón de Riusec. Esto se debe a un conflicto de lindes surgido entre Rugat y Perputxent al respecto de la citada partida. Aunque nada prueba que la partida de Almaraién corresponda con el lugar donde se ubica el fortín, es muy probable que así fuera, por dos razones: 1) las estrictamente geográficas, puesto que allí confluyen los términos municipales de l’Orxa, por parte de Perputxent, y Salem, por parte de Rugat y 2) por concordancia toponímica, pues según el Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance de Federico Corriente –Editorial Gredos, 1999– Alimara significa, precisamente, señal de humo.