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Apresúrate si quieres ver algo: todo desaparece.. (Paul Cezanne). |
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Si el invierno se antoja la mejor época para practicar la fotografía nocturna, la primavera es, junto con el otoño, la estación donde el paisaje cobra mayor protagonismo: la hierba brota de entre la hojarasca y las flores dispersan sus aromas y colores en los rincones más insospechados.
Como en años anteriores, la luna gibosa de abril nos acompañará en esta nueva maratón fotográfica que confío nos ofrezca la más inestable de las meteorologías. Según el refranero, abril es el mes de la lluvia y eso es precisamente lo que esperamos de él: que los días se llenen de nubes, que la lluvia se presente de improviso, violenta, que alguna tormenta vespertina tiña de añil las noches de Perputxent. De momento, el anticiclón amenaza con solear la primera quincena del mes y de persistir en su propósito nos veremos obligados a cambiar la gibosa creciente por la menguante en espera de la tan ansiada lluvia.
Los días despejados ofrecen pocas oportunidades para fotografiar paisajes, al menos para sacarles todo su jugo. La luz solar directa es demasiado dura, provocando unos contrastes muy fuertes que queman el cielo y/o provocan pérdida de definición en las sombras. Los días nublados, sin embargo, ofrecen una luz suave, homogénea, envolvente, que si se expone correctamente con la ayuda de un trípode y se acompaña de una técnica que posibilite respetar lo que el ojo observa en ese instante nos permitirá transmitir de manera fidedigna la sensación que el fotógrafo ha experimentado detrás de la cámara. Si, además, tenemos la suerte de que la lluvia nos acompañe, los colores ganarán en saturación. Un paisaje mojado y unas nubes oscuras aportan ese dramatismo que realza la sensación de contemplar un momento efímero, único, irrepetible, que es lo que busco para mis imágenes. Alguien dijo: “cualquiera puede tomar una foto, pero siempre será una foto cualquiera”, y de eso debemos tratar de huir cuando queremos que nuestras imágenes traspasen el umbral de la fotografía documental. Poco sorprende un paisaje que nos resulta familiar, que el espectador ya ha vivido, pero si ese mismo paisaje lo presentamos bajo unas circunstancias climatológicas adversas, afectado por unas condiciones extremas de luz, todo cambia.
Esta tercera maratón fotográfica nos llevará de nuevo a Benicadell, al castillo de Carbonera, al alto de Gaianes, a pernoctar en la cima absoluta de esta legendaria montaña; el día siguiente recorreremos su dorsal oriental hasta alcanzar la atalaya de Almaraién y aún más allá: el balcón de l’Ullastre, donde la panorámica sobre el valle de Perputxent se presenta demoledora; el tercer día descenderemos al barranco de l’Infern, al estrecho donde las aguas del Serpis cantan, y visitaremos los despoblados de Canesia y Benillup justo antes de auparnos a la Cova dels Nou Forats y pasar de nuevo una noche. La desembocadura del barranco de l’Encantà y sus covachas nos aguardan al día siguiente, apenas una visita de cortesía porque un largo peregrinar por la sierra de l’Albureca nos habrá de llevar hasta el estrecho de la Encantada, el lugar donde se inició la leyenda. El quinto día regresaremos a Perputxent por la vertiente izquierda del barranco, a través de los caminos del Cantalar, el Pichoc, Fantaquí y el Alt de Senabre, dando por concluida esta ruta circular.
Mayo ofrecerá una nueva oportunidad para incursionar los territorios del insigne al-Azraq, pero el mes de las flores todavía queda lejos.
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